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Éticas de la felicidad
Las éticas de la felicidad son una corriente filosófica que se centra en la idea de que la felicidad es el objetivo principal de la vida y que la ética debe estar enfocada en lograrla. Hay varias teorías éticas que caen dentro de esta categoría, pero todas comparten la creencia de que la felicidad es un valor intrínseco y que la moralidad debe estar alineada con ella.
Una de las teorías éticas de la felicidad más conocidas es el utilitarismo, propuesto por filósofos como Jeremy Bentham y John Stuart Mill. El utilitarismo sostiene que la moralidad se basa en la maximización de la felicidad y la minimización del sufrimiento en el mundo. Esta teoría afirma que la felicidad es un valor intrínseco y que todas las acciones deben ser juzgadas por su capacidad para aumentar la felicidad y disminuir el sufrimiento.
Otra teoría ética de la felicidad es la ética de la virtud, que se centra en el desarrollo de características personales positivas que conduzcan a una vida feliz y satisfactoria. Esta teoría sostiene que la felicidad se logra a través de la práctica constante de las virtudes, como la sabiduría, la justicia, la valentía y la compasión.
En general, las éticas de la felicidad enfatizan la importancia de la felicidad y la satisfacción en la vida humana y buscan proporcionar un marco moral para alcanzarla. Sin embargo, también hay críticas a estas teorías, como la dificultad para medir y definir la felicidad, y la preocupación de que la búsqueda obsesiva de la felicidad pueda conducir a la alienación o la falta de sentido en la vida.
Poema de Jorge Luis Borges sobre la felicidad
He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz. Que los glaciares del olvido me arrastren y me pierdan, despiadados. Mis padres me engendraron para el juego arriesgado y hermoso de la vida, para la tierra, el agua, el aire, el fuego. Los defraudé. No fui feliz. Cumplida no fue su joven voluntad. Mi mente se aplicó a las simétricas porfías del arte, que entreteje naderías. Me legaron valor. No fui valiente. No me abandona. Siempre está a mi lado La sombra de haber sido un desdichado. |
Éticas del deber
Las éticas del deber son una corriente filosófica que se centra en la idea de que la moralidad se basa en el cumplimiento de ciertos deberes y obligaciones. Esta perspectiva sostiene que algunas acciones son intrínsecamente correctas o incorrectas, independientemente de sus consecuencias o de los deseos y preferencias personales.
Una de las teorías éticas del deber más conocidas es el deontologismo, propuesto por el filósofo Immanuel Kant. El deontologismo sostiene que la moralidad se basa en el cumplimiento de ciertas reglas y principios morales, independientemente de sus consecuencias. Esta teoría afirma que hay ciertos deberes universales, como el deber de no mentir o el deber de no causar daño a los demás, que deben ser cumplidos en todo momento, incluso si hacerlo resulta en consecuencias negativas.
Otra teoría ética del deber es la ética del cuidado, que se enfoca en la importancia de las relaciones y las responsabilidades personales. Esta perspectiva sostiene que la moralidad se basa en el cuidado y la atención a las personas cercanas, como la familia y los amigos, así como en la preocupación por los demás miembros de la comunidad.
En general, las éticas del deber enfatizan la importancia de cumplir ciertos deberes y responsabilidades en la vida, independientemente de las consecuencias o preferencias personales. Sin embargo, también hay críticas a estas teorías, como la dificultad para determinar qué deberes son universales y cómo equilibrar el cumplimiento de deberes diferentes y a veces contradictorios.
La ética kantiana frente al utilitarismo
La ética kantiana y el utilitarismo son dos teorías éticas importantes que ofrecen perspectivas diferentes sobre la moralidad y las acciones correctas e incorrectas.
La ética kantiana, propuesta por el filósofo Immanuel Kant, sostiene que la moralidad se basa en el cumplimiento de ciertos deberes y obligaciones universales que son independientes de las consecuencias o preferencias personales. Según esta teoría, las acciones son correctas o incorrectas en sí mismas, no en función de sus consecuencias.
Por otro lado, el utilitarismo, propuesto por filósofos como Jeremy Bentham y John Stuart Mill, sostiene que la moralidad se basa en maximizar la felicidad y minimizar el sufrimiento en el mundo. Esta teoría sostiene que las acciones son correctas o incorrectas en función de su capacidad para producir consecuencias positivas o negativas.
La principal diferencia entre estas dos teorías radica en su enfoque. La ética kantiana se enfoca en la intención detrás de una acción, mientras que el utilitarismo se enfoca en sus consecuencias. Según Kant, una acción solo es correcta si se realiza por deber y no por interés propio, y debe ser coherente con los principios éticos universales. En cambio, según el utilitarismo, una acción es correcta si produce el mayor bienestar posible para el mayor número de personas, independientemente de su intención.
Otra diferencia importante es que la ética kantiana sostiene que algunas acciones, como la mentira, siempre son incorrectas, mientras que el utilitarismo puede justificar ciertas acciones negativas si producen consecuencias positivas.
La ética Kantiana
Ética universal
La finalidad de la razón no es el conocimiento de lo que existe sino orientar la acción.
El ser humano es libre, no tanto en fenómeno, sino en tanto en noúmeno. Es decir, no cuando (se) conoce sino cuando (se) elige.
Voluntad buena: querer el bien en sí mismo. Lo que importa es que mi intención sea buena, sean cuales sean las consecuencias. de este modo nadie podrá reprocharnos nada.
Imperativo: Ley que no es causal
*Imperativo hipotético: quien quiere el fin quiere los medios (se formula de forma condicional: «si el fin es… entonces debes…»). Los hay de dos tipos: problemáticos y asertóricos. Los problemáticos hacen alusión a la habilidad para obtener algo a lo que la naturaleza humana no está determinada, por ejemplo jugar al ajedrez. Los asertóricos aluden a la sagacidad que se precisa para obtener algo a lo que la naturaleza humana sí está determinada, como es la felicidad.
*Imperativo categórico: es incondicional, es su propio fin y no está subordinado a ningún valor exterior a él.
Mentir es inmoral porque si la mentira se convirtiera en regla universal, mentir dejaría de tender sentido.
Ser autónomo es producir yo mismo, libre, consciente y racionalmente, las leyes que observo.
Ser heterónomo es plegar mi conducta a reglas o causas que me llegan desde fuera, impuestas por algo extraño a mi propia razón y a mi voluntad libre.
Kant se mantiene a distancia del estoicismo (que tiende a identificar el soberano bien únicamente con la virtud) y del epicureísmo (que tiende a identificarlo con la felicidad).
La moral perdería su pureza si subordinara sus imperativos a la certeza de recompensas o de castigos eternos.
Fórmulas del imperativo categórico
Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal.
Fórmula de la Ley de la Naturaleza
Obra como si la máxima de tu acción debiera tornarse, por tu voluntad, ley universal de la naturaleza.
Fórmula del Fin en sí Mismo:
Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio.
Fórmula de la Autonomía:
Obra como si por medio de tus máximas fueras siempre un miembro legislador en un reino universal de fines.
La expresión <<reino de los fines>> es empleada aquí por Kant para referirse a un sistema legislador del mundo inteligible, una especie de Internet del espíritu en donde todo lo virtual fuese real, que entrelazase y conectara, armonizándolas teleológicamente, personas y fines. (Garrido, introd., 45).
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El hombre como fin
Ahora yo digo: el hombre, y en general todo ser racional, existe como fin en sí mismo, no sólo como medio para usos cualesquiera de esta o aquella voluntad; debe en todas sus acciones, no sólo las dirigidas a sí mismo, sino las dirigidas a los demás seres racionales, ser considerado siempre al mismo tiempo como fin. Todos los objetos de las inclinaciones tienen sólo un valor condicionado, pues si no hubiera inclinaciones y necesidades fundadas sobre las inclinaciones, su objeto carecería de valor. Pero las inclinaciones mismas, como fuentes de las necesidades, están tan lejos de tener un valor absoluto para desearlas, que más bien debe ser el deseo general de todo ser racional el librarse enteramente de ellas. Así pues, el valor de todos los objetos que podemos obtener por medio de nuestras acciones es siempre condicionado. Los seres cuya existencia no descansa en nuestra voluntad, sino en la naturaleza, tienen, empero, si son seres irracionales, un valor meramente relativo, como medios, y por eso se llaman cosas; en cambio los seres racionales llámanse personas porque su naturaleza los distingue ya como fines en sí mismos, esto es, como algo que no puede ser usado meramente como medio, y, por tanto, limita en ese sentido todo capricho (y es un objeto de respeto)
Kant, I., Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Fragmento del capítulo II, trad. de M. García Morente, Madrid, Espasa Calpe, 1983, pp. 82 y 83.
Cuestiones sobre el texto:
1. Haz el mapa conceptual.
2. ¿Qué tema trata el texto?
3. ¿Cuál es la idea principal?
4. Según Kant, ¿qué valor tienen las cosas? ¿Y las personas?
5. ¿Qué significa “valor condicionado”?
6. ¿Qué significa que no hay que tratar a las personas como medios?
7. ¿Qué debe ser objeto de respeto?
8. ¿Te han tratado alguna vez como medio? ¿Cómo te sentiste? ¿Te han tratado alguna vez como “fin”? ¿Cómo te sentiste?
9. Aunque estés de acuerdo con las palabras de Kant, intenta hacer una crítica de unas 50 palabras a lo que se dice en este texto.
10. ¿Tiene este texto vigencia en la actualidad? ¿Por qué?
Sobre la felicidad
Felicidad es la satisfacción de todas nuestras inclinaciones (tanto extensive, atendiendo a su variedad, como intensive, respecto de su grado, como también protensive, en relación con su duración). La ley práctica derivada del motivo de la felicidad la llamo pragmática (regla de prudencia). En cambio, la ley, si es que existe, que no posee otro motivo que la dignidad de ser feliz la llamo ley moral (ley ética). La primera nos aconseja qué hay que hacer si queremos participar de la felicidad. La segunda nos prescribe cómo debemos comportarnos si queremos ser dignos de ella. La primera se basa en principios empíricos, pues sólo a través de la experiencia podemos saber qué inclinaciones hay que busquen satisfacción y cuáles son las causas naturales capaces de satisfacerlas. La segunda prescinde de inclinaciones y de los medios naturales para darles satisfacción; se limita a considerar la libertad de un ser racional en general y las condiciones necesarias bajo las cuales, y sólo bajo las cuales, esa libertad concuerda con un reparto de felicidad distribuido según principios. En consecuencia, esta segunda ley puede al menos apoyarse en meras ideas de la razón pura y ser conocida a priori.
Crítica de la razón pura, Taurus, p. 630
Crítica de Madame de Chatelet al control (kantiano) de las inclinaciones
Empecemos diciendo para nuestro fuero interno, y convenciéndonos bien, que no tenemos nada que hacer en este mundo, sino procurarnos sensaciones y sentimientos agradables. Los moralistas que dicen a los hombres: reprimid vuestras pasiones y domeñad vuestros deseos si queréis ser felices, no conocen el camino de la felicidad. Sólo somos felices gracias a las inclinaciones y las pasiones satisfechas; digo inclinaciones porque no siempre somos lo bastante felices como para tener pasiones, y a falta de pasiones, bien está contentarse con las inclinaciones. Pasiones tendríamos que pedirle a Dios si nos atreviéramos a pedirle alguna cosa, y Le Nôtre tenía mucha razón al pedirle al Papa tentaciones en lugar de indulgencias.
Citado por Luis García Montero en Poesía, Tusquets, p. 353
Religión
Textos
Johann G. Herder, Kant
He tenido la dicha de conocer a un filósofo, que fue mi maestro. Este hombre tenía en sus años más florecientes toda la ágil alegría de un muchacho, la cual, según creo, sigue acompañándole hasta en los años de la ancianidad. Su frente, hecha para pensar, era la sede de un gozo y una alegría indestructibles, los discursos más pletóricos fluían de sus labios, la broma, el humorismo y el ingenio estaban en todo momento a su disposición, y sus lecciones, además de enseñar, cautivaban y entretenían. Con el mismo espíritu con que examinaba las doctrinas de Leibniz, Wolff, Baumgarten y Hume y las leyes naturales de Kepler, Newton y los físicos, analizaba los escritos de Rousseau publicados por aquel entonces, su Emilio y su Eloísa, al igual que cualquier descubrimiento natural de que pudiera tener noticia, para retornar siempre, una y otra vez, al libre conocimiento de la naturaleza y al valor moral del hombre. La historia del hombre, de los pueblos y de la naturaleza, la ciencia natural, la matemática, la experiencia: tales eran las fuentes con que este filósofo animaba sus lecciones y su trato: nada digno de ser conocido era indiferente para él; ninguna cábala, ninguna secta, ninguna ventaja personal, ninguna veleidad de fama ejerció jamás sobre él algún encanto comparable al del deseo de extender e iluminar la verdad. Animaba a sus discípulos y los coaccionaba gratamente a pensar por cuenta propia; el despotismo repugnaba a su modo de ser. Este hombre, cuyo nombre menciono con el mayor respeto y con la más grande gratitud, es Immanuel Kant; su imagen se alza agradablemente ante mí.
Muguerza, La obediencia…
No tengo inconveniente en responder que el único fundamento que encuentro para respetar tales límites, representados por la condición humana y la conciencia individual, es la afirmación kantiana de que «el hombre existe como un fin en sí mismo y no tan solo como un medio». Pero reconozco también, muy a mi pesar, que semejante fundamentación no va en rigor muy lejos. Cuando Kant afirmaba tal cosa, se hallaba sin duda convencido de estar expresando un aserto racionalmente indubitable y no sencillamente abandonándose a lo que hoy se tendría por la expresión de un prejuicio ilustrado o una fable convenue del Siglo de las Luces. O, como alguna vez también se ha dicho, «una superstición humanitaria». Mas, por lo que a mí hace, no veo manera de prescindir de esa superstición -que habría que elevar a principio ético- si deseamos seguir tomándonos la Ética en serio.
Muguerza, en Gómez, C. Doce textos fundamentales de la Ética del siglo XX, Alianza, Madrid, p. 300
Recursos
Artículos
Un estilo de obrar Para diferenciar «deber» de «inclinación».
Trigueros, Emilio, «Kant en el callejón del gato», El país, 25/3/2013. FRAGMENTO: En sus obras, Kant expuso distintos ejemplos de zonas grises morales, que proponía resolver determinando si sería posible una sociedad en la que todos se comportaran de esa manera. Aplicado ese método al pasado reciente de nuestro país, rendiría algo así como esto: cada vez que un líder político se rodeó de una guardia de fieles en vez de abrir su organización a los mejores; cada vez que un directivo tomó decisiones que ponían en juego irrazonablemente el futuro de su empresa, pensando en maximizar su bonus; cada vez que un analista no advirtió a sus jefes con suficiente insistencia del riesgo de una operación; todos ellos creían habitar en esa zona gris del realismo y de las justificaciones genéricas del tipo “así es como funcionan las cosas”. Por desgracia, la conclusión de la prueba de Kant está a la vista: si en amplias capas de la sociedad cunden esos comportamientos individuales, si se normaliza que lo amoral es inteligente, el resultado es un país enfermo y desquiciado.
«El juez absuelve a Albiol porque considera que injurió a los gitanos al vincularles a la delincuencia, pero… ¡sin intención!», Diario crítico, 11/12/2013. (Para ilustrar el concepto kantiano de «voluntad buena»). FRAGMENTO: Sobre la posible difusión de informaciones injuriosas, que también recoge el artículo 510 del Código Penal, el juez reconoce que decir que los gitanos rumanos residentes en Badalona son unos delincuentes «supone la difusión de una información injuriosa», pero sostiene que para ser delito tiene que haber intención de injuriar cosa que, en este caso, cree que no existe.
Cine
La buena mentira. ¿Es bueno falsificar un pasaporte para salvar una vida?
Adiós, pequeña, adiós. ¿Raptar a una niña para darle una vida mejor porque su madre es una drogadicta que la maltrata es bueno?
El médico. Aunque la ley prohíba examinar los órganos internos para investigar las enfermedades, uno debe obedecer a su propia ley. Autonomía frente a heteronomía.
Corazones de hierro. Cuando desobedecer al jefe es la única alternativa moralmente digna.
Delitos y faltas (Allen)
Solo ante el peligro (Zinneman)
Casablanca (Curtiz). Sobre el imperativo categórico.
I. KANT, Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Trad. de M. García Morente, Madrid, Espasa Calpe, 1983, pp. 82 y 83.