Hannah Arendt fue una filósofa política alemana-judía que, tras huir del régimen nazi, se estableció en los Estados Unidos. Uno de los temas centrales de su obra es el análisis de los regímenes totalitarios y su impacto en la sociedad y la política.
Arendt define el totalitarismo como un tipo de régimen político que busca controlar todos los aspectos de la vida de los ciudadanos, incluyendo la economía, la cultura, la educación y la religión. Según Arendt, el totalitarismo es diferente de otras formas de autoritarismo porque no solo busca el poder político, sino que también busca transformar radicalmente la sociedad y la naturaleza humana.
Para Arendt, una de las características más preocupantes del totalitarismo es la eliminación de la esfera pública y la supresión de la libertad de expresión. El régimen totalitario controla los medios de comunicación y elimina cualquier tipo de disidencia o crítica. Los ciudadanos son reducidos a meros objetos del Estado y pierden su capacidad de actuar y de pensar críticamente.
Arendt también destaca el papel del terror y la violencia en los regímenes totalitarios. Los ciudadanos son sometidos a un constante estado de miedo y amenaza, lo que los hace más susceptibles a la manipulación y el control por parte del Estado.
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Contenidos
Sumario
Los orígenes del totalitarismo
En la tercera parte de Los orígenes del totalitarismo, titulada «Totalitarismo», es donde Arendt analiza el concepto de «totalitarismo».
Textos
La condición humana
Que los actos posean capacidad tan enorme de perdurar, superior a la de cualquier otro producto hecho por el hombre, podría ser motivo de orgullo si los hombres fuéramos capaces de soportar su carga, la carga de la irreversibilidad e impredecibilidad de la que el proceso de acción saca su misma fuerza. Que esto es imposible es cosa que siempre han sabido los hombres. Han sabido que quien actúa no sabe nunca del todo lo que está haciendo, que siempre se hace “culpable” de consecuencias que nunca pretendió o siquiera previó, que, sin importar lo desastrosas o inesperadas de las consecuencias de su acto, nunca puede deshacerlo, que el proceso que inicia nunca se consuma inequívocamente en un solo acto o acontecimiento, y que su mismo significado jamás se le revela al agente sino sólo a la mirada retrospectiva del historiador, quien por su parte no actúa. Todo esto es razón suficiente para apartarse con desesperación de la esfera de los asuntos humanos y sentir desprecio hacia la capacidad humana para la libertad; capacidad para la libertad que, produciendo la trama de las relaciones humanas, parece enredar a su productor en tal medida que él aparece mucho más como la víctima y el paciente que como el autor y agente de lo que ha hecho. Dicho en otras palabras, en ninguna parte: ni en la labor, sujeta a la necesidad de la vida, ni en la fabricación, dependiente del material dado, llega el hombre a aparecer menos libre que en aquellas capacidades cuya esencia misma es la libertad y en aquella esfera que a nadie ni a nada debe su existencia sino al hombre.
(La condición humana, § 32. Traducción de Agustín Serrano de Haro).
Los orígenes del totalitarismo
Ésta es la monstruosa y sin embargo aparentemente incontestable reivindicación de la dominación totalitaria, que, lejos de ser «ilegal», se remonta a las fuentes de la autoridad de las que las leyes positivas reciben su legitimación última, que, lejos de ser arbitraria, es más obediente a esas fuerzas suprahumanas de lo que cualquier gobierno lo fue antes y que, lejos de manejar su poder en interés de un solo hombre, está completamente dispuesta a sacrificar los vitales intereses inmediatos de cualquiera a la ejecución de lo que considera ser la ley de la historia o la ley de la naturaleza. Su desafío a las leyes positivas afirma ser una forma más elevada de legitimidad, dado que, inspirada por las mismas fuentes, puede dejar a un lado esa insignificante legalidad. La ilegalidad totalitaria pretende haber hallado un camino para establecer la justicia en la tierra -algo que, reconocidamente, jamás podría alcanzar la legalidad del derecho positivo. La discrepancia entre la legalidad y la justicia jamás puede ser salvada, porque las normas de lo justo y lo injusto en las que el derecho positivo traduce su propia fuente de autoridad -«el derecho natural» que gobierna a todo el universo o ley divina revelada en la historia humana, o costumbres y tradiciones que expresan el derecho común a los sentimientos de todos los hombres- son necesariamente generales y deben ser válidas para un incontable e imprevisible número de casos, de forma tal que cada individuo concreto con su irrepetible grupo de circunstancias se escapa a esas normas de alguna manera.
La ilegalidad totalitaria, desafiando la legitimidad y pretendiendo establecer el reinado directo de la justicia en la tierra, ejecuta la ley de la historia o de la naturaleza sin traducirla en normas de lo justo y lo injusto para el comportamiento individual. Aplica directamente la ley a la humanidad sin preocuparse del comportamiento de los hombres. Se espera que la ley de la naturaleza o la ley de la historia, si son adecuadamente ejecutadas, produzcan a la humanidad como su producto final; y esta esperanza alienta tras la reivindicación de dominación global por parte de todos los gobiernos totalitarios. La política totalitaria afirma transformar a la especie humana en portadora activa e infalible de una ley, a la que de otra manera los seres humanos sólo estarían sometidos pasivamente y de mala gana. Si es cierto que el lazo entre los países totalitarios y el mundo civilizado quedó roto a través de los monstruosos crímenes de sus regímenes, también es cierto que esta criminalidad no fue debida a la simple agresividad, a la insensibilidad, a la guerra y a la traición, sino a una consciente ruptura de ese consensus iuris que, según Cicerón, constituye a un «pueblo» y que, como derecho internacional, ha constituido en los tiempos modernos al mundo civilizado en tanto permanezca como piedra fundamental de las relaciones internacionales, incluso bajo las condiciones bélicas.
Hannah Arendt. Los orígenes del totalitarismo. Cap. 13: “Ideología y terror: una nueva forma de gobierno”.
Bibliografía
Arendt, Hannah (2006). Los orígenes del totalitarismo. Madrid: Alianza
En algún lugar del tiempo: Hannah Arendt y totalitarismos
Ejercicio
1. Observe la imagen con atención, fíjese (o apóyese) en todos los elementos que hay en ella (composición, figuras, color, etc.) ¿Qué trata de transmitir? ¿Cómo podemos interpretar la imagen?
2. ¿Por qué ambos líderes totalitarios solo están acompañados de niños? Explique y argumente su respuesta con algún planteamiento filosófico.
3. ¿Qué sucedería si un líder democrático apareciera en una obra como esta? Busque un ejemplo y reflexione argumentativamente sobre él.
4. ¿Qué sentido o función cree usted que tiene una obra de arte como la de la imagen?
5. ¿Qué podría decir Hannah Arendt sobre este cuadro a la luz de lo que has estudiado sobre su pensamiento?