La discriminación social, de género, etnia y edad ha sido un problema recurrente en la tradición filosófica, aunque no necesariamente de forma explícita o directa. En muchas obras filosóficas se pueden encontrar prejuicios y estereotipos sobre grupos específicos de personas, que reflejan las actitudes y creencias dominantes de la época en que fueron escritas.
En cuanto a la discriminación social, se puede observar en algunas corrientes filosóficas la idea de que existen jerarquías naturales entre los seres humanos, en las que unos tienen más valor o estatus que otros. Por ejemplo, en la filosofía aristotélica se sostenía que los esclavos eran naturalmente inferiores a los hombres libres.
La discriminación de género también ha estado presente en la tradición filosófica. En algunas obras se ha representado a la mujer como inferior al hombre en términos intelectuales y morales. Por ejemplo, Aristóteles sugiere que las mujeres son menos capaces que los hombres para gobernar y participar en la vida política, pero, por el contrario, su maestro Platón tiene textos en los que aboga por la total igualdad, como el siguiente del libro V de República vía:
–Por consiguiente –dije–, del mismo modo, si los sexos de los hombres y de las mujeres se nos muestran sobresalientes en relación con su aptitud para algún arte u otra ocupación, reconoceremos que es necesario asignar a cada cual las suyas. Pero si aparece que solamente difieren en que las mujeres paren y los hombres engendran, en modo alguno admitiremos como cosa demostrada que la mujer difiera del hombre con relación a aquello de que hablábamos; antes bien, seguiremos pensando que es necesario que nuestros guardianes y sus mujeres se dediquen a las mismas ocupaciones (…) Por tanto, amigo, no existe en el regimiento de la ciudad ninguna ocupación que sea propia de la mujer ni del varón como tal varón, sino que las dotes naturales están diseminadas indistintamente en unos y en otros seres, de modo que la mujer tiene acceso por su naturaleza a todas las labores y el hombre también a todas; únicamente que la mujer es algo más débil que el hombre.
Por el contrario, su discípulo Aristóteles escribió textos ciertamente discriminatorios sobre la mujer y los esclavos, que argumentaba de la siguiente manera (Política, 125b, ed. Tecnos):
Es posible entonces, como decimos, observar primero en el ser vivo el dominio señorial; y a su vez la inteligencia ejerce sobre el apetito un dominio político regio. En esto resulta evidente que es conforme a la naturaleza y provecho para el cuerpo someterse al alma, y para la parte afectiva, ser gobernada por la inteligencia y la parte dotada de razón, mientras que disponerlas en pie de igualdad, o al contrario, es perjudicial para todos. Al referirnos de nuevo al hombre y los demás animales sucede lo mismo: los animales domesticables son mejores que los salvajes, y para todos ellos es mejor estar sometidos al hombre, ya que así obtienen su seguridad. También en la relación del macho con la hembra, por naturaleza, el uno es superior; la otra inferior; por consiguiente, el uno domina; la otra es dominada. Del mismo modo es necesario que suceda entre todos los humanos. Todos aquellos que se diferencien entre sí tanto como el alma del cuerpo y como el hombre del animal, se encuentran en la misma relación. Aquellos cuyo trabajo consiste en el uso de su cuerpo, y esto es lo mejor de ellos, estos son, por naturaleza, esclavos, para los que es mejor estar sometidos al poder de otro, como en los anteriores ejemplos.
En cuanto a la discriminación étnica, se han encontrado actitudes etnocéntricas en algunas corrientes filosóficas, que consideran a una cultura o grupo étnico como superior a los demás. Por ejemplo, el filósofo alemán Immanuel Kant en su obra Lo bello y lo sublime (1932, Espasa-Calpe, p.72) sostenía que los pueblos africanos eran menos capaces de desarrollar una cultura moral que los europeos:
Los negros de África carecen por naturaleza de una sensibilidad que se eleve por encima de lo insignificante. El señor Hume desafía a que se le presente un ejemplo de que un negro haya mostrado talento, y afirma que entre los cientos de millares de negros transportados a tierras extrañas, y aunque muchos de ellos hayan obtenido la libertad, no se ha encontrado uno solo que haya imaginado algo grande en el arte, en la ciencia o en cualquiera otra cualidad honorable, mientras que entre los blancos se presenta frecuentemente el caso de los que, por sus condiciones superiores, se levantan de un estado humilde y conquistan una reputación ventajosa. Tan esencial es la diferencia entre estas dos razas humanas; parece tan grande en las facultades espirituales como en el color… Los negros son muy vanidosos, pero a su manera, y tan habladores que es preciso separarlos a los golpes.
Kant alude en ese texto a David Hume, quien en su obra De los caracteres nacionales (2005, 103) escribe:
Tiendo a sospechar que los negros y en general todas las otras especies de hombres (porque hay cuatro o cinco clases diferentes) son naturalmente inferiores a los blancos. Apenas hubo una nación civilizada compuesta por hombres no blancos, ni siquiera algún individuo eminente en la acción o la especulación. Ningún artesano ingenioso se dio entre ellos, ni artes, ni ciencias… Tal diferencia uniforme y constante no podría darse en tantos países y épocas, si la naturaleza no hubiese establecido una diferencia originaria entre estas familias de hombres. Sin mencionar nuestras colonias, hay esclavos negros dispersos por toda Europa, de los cuales ninguno mostró síntomas de ingenio, mientras que entre nosotros la gente pobre y sin educación destaca y se distingue en todas las profesiones. Es verdad que en Jamaica se habla de un negro como un hombre íntegro y culto, pero eso es como admirar por su fino talento a un loro que dice unas pocas palabras reconocibles.
La discriminación por edad también ha sido un tema presente en la filosofía, aunque en menor medida. En algunas corrientes filosóficas se ha valorado más la experiencia y sabiduría que vienen con la edad, mientras que otras han puesto mayor énfasis en la juventud y la capacidad de innovación. Ortega y Gasset propuso su teoría de las generaciones en su artículo «La idea de las generaciones» del que extraemos este fragmento:
El espíritu de cada generación depende de la ecuación que esos dos ingredientes formen, de la actitud que ante cada uno de ellos adopte la mayoría de sus individuos. ¿Se entregará a lo recibido, desoyendo las íntimas voces de lo espontáneo? ¿Será fiel a éstas e indócil a la autoridad del pasado? Ha habido generaciones que sintieron una suficiente homogeneidad entre lo recibido y lo propio. Entonces se vive en épocas cumulativas. Otras veces han sentido una profunda heterogeneidad entre ambos elementos, y sobrevinieron épocas eliminatorias y polémicas, generaciones de combate. En las primeras, los nuevos jóvenes, solidarizados con los viejos, se supeditan a ellos: en la política, en la ciencia, en las artes siguen dirigiendo los ancianos. Son tiempos de viejos. En las segundas, como no se trata de conservar y acumular, sino de arrumbar y sustituir, los viejos quedan barridos por los mozos. Son tiempos de jóvenes, edades de iniciación y beligerancia constructiva.